La puerta hacía un ruidillo insoportable. El óxido, la lluvia. Cerré los ojos y aspiré el perfume. Olía como siempre. ¿Era jazmín? Puede que azahar. Pasé al fondo. Crujían los restos de hojas, raíces y tallos bajo mis pies. Cada paso duraba mucho
…
Hay algo que no sé si les sucede a los otros, que nunca sabré si les sucede a los otros, que no encuentro el modo de saber si les sucede a los otros. Hay una calle que mi estómago recuerda. Un jardín que mi estómago recuerda. Y unos niños jugando felices. Otras veces es el calor de una conversación, otras la sensación de protección de un grupo de personas a las que amo. Un calambre fatídico y gustoso recorre mis entrañas. Me place y me bloquea, me inmoviliza hacia la continuidad del instante. Es justo entonces cuando caigo en la cuenta de la levedad que me sostiene. Y me araña largamente no comprender nada, en absoluto, de mí misma en esencia.
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